Yo no sé, ya tú ve: #LuchaPerú y la abdicación del Estado

La más reciente campaña de comunicación del gobierno peruano se llama #LuchaPerú. La campaña tiene cuatro spots —uno de un minuto y tres de 20 segundos — y es, en una palabra, lamentable. Supone la abierta renuncia a sus tareas más elementales y presenta de una manera actualizada un viejo mantra: el pobre es pobre porque quiere.
Escribo este texto a partir de unos tuits que hice ayer, tratando de profundizar más en mi lectura de la campaña y no sin cierto pesar. Me encantaría que sea una mejor. Que los meses hayan servido para hacer una reflexión y muestren un compromiso. Alguno. Pero no es así. Los cuatro clips ponen énfasis en cuatro mujeres en tanto individuos. Se apela a una supuesta agencia — en eso consiste su lucha— pero se encubre la invariabilidad de la estructura social. ¿Contra qué luchan ellas? Contra una vida indigna, marcada por una serie de inequidades que nunca se cuestionan. ¿Qué oculta este énfasis en su agencia de luchadoras? El rol del Estado que debería intervenir para transformar esas condiciones. No como un gran padre que sabe lo mejor para ti, sino como un espacio de encuentro de proyectos y valores colectivos.
El contexto es necesario. Esta campaña surge cuando han pasado más de siete meses desde el primer caso de Covid-19 en el Perú. El colapso del sistema de salud ha sido notorio y los más de 34 mil muertos, según cuenta oficial, son una indeleble y dolorosa prueba. Y aunque las muertes descienden desde hace más de un mes, el panorama sigue siendo desolador. Es en este ambiente en que se apela a la lucha, luego de haberse apelado a la culpa con otra campaña: #NoSeamosCómplices. ¿Qué tienen en común ambas? Que se concentran en el individuo borroneando la acción colectiva y el rol del Estado.
En los cuatro spots se subraya la lucha contra las adversidades. ¿Qué ocurre con cambiar esas adversidades, las condiciones que las generan? Nada. Eso es lo implícito en cada pieza audiovisual. De esta manera el máximo horizonte es cambiar tu vida, no las condiciones de vida. En #LuchaPeru se renuncia abiertamente a cualquier idea de justicia. De dignidad. De proyecto colectivo.
¿Qué muestra la campaña? A personas —a mujeres, a eso iré más adelante— que viven en condiciones precarias. La pobreza es el contexto natural: el contexto naturalizado. No es casual que aparezca luego de que el propio Estado informara que la pobreza aumentará, a causa de la crisis por Covid-19, entre 8% y 10%.
En su libro Primero como tragedia y después como farsa, Slavoj Zizek menciona que “para hacer frente a las amenazas [respecto a las crisis derivadas del aumento poblacional en el mundo, el consumo de recursos no renovables, el incremento de emisión de gases y las extinciones masivas], la ideología dominante está movilizando mecanismos de disimulación y autoengaño que incluyen la voluntad de ignorar”. ¿No es una disimulación y una voluntad de ignorar lo que vemos en esta campaña? Disimular la pobreza e ignorar las condiciones materiales, previas a la pandemia, que la sostienen.
Lo que hace el spot principal al poner todo el énfasis en la acción individual como la principal variable para una mejor vida es, con un discreto movimiento, borrar las condiciones estructurales y las relaciones de poder que existen en nuestra sociedad. Y de paso su rol. El Estado renuncia a su agencia y se la traslada íntegramente al individuo. Este efecto no es casual. Se inscribe dentro de un discurso ya instalado —lo sorprendente es la total sinceridad cínica del Gobierno al comunicarlo—: el Estado debe ser pequeño, mejor si diminuto, cada uno vela por sí mismo. La pregunta que queda es la siguiente ¿si no ha se ha oficializado la desintegración de Estado, entonces para quién sí está, ya que no para los ciudadanos? Me aventuro con una respuesta: está para aquellos que se benefician de tal abandono. Este discurso es el discurso del capitalismo más salvaje y generalizado. Aquel que no compite, solo gana. Que depreda y siempre quiere ir a la fiesta, pero nunca pagarla.
Se trata de alguna manera, como dije antes, de una renovación de la atroz y falaz máxima que augura que el pobre es pobre porque quiere. Solo que ahora el gesto es más enfático para todos nosotros. Ya no se trata de una querencia, sino de una potencia y finalmente apunta hacia un determinismo: eres pobre porque no te has esforzado lo suficiente. La conclusión que sigue es que si sientes que diste tu máximo y no alcanzó, es porque no puedes, no hay nada que hacer, permanecerás tal como estás. Y así se instala una lógica que nos interpela, a cada uno, a hacer cada vez más y más para “luchar” contra la adversidad siempre individual o aceptar la pobreza como destino. Otra idea de Zizek nos ayuda a explicar esta dinámica: la falsa actividad. Es decir, hacer mucho, todo el tiempo, para que nada realmente cambie. Y nunca pensar, dialogar, articular, solo patalear con el agua siempre al borde mismo de la nariz.
Esta celebración al esfuerzo es una apología al desamparo.
En los cuatro spots la comunidad es un significante decorativo. Eso es más evidente en los dos que aparecen a continuación.
¿Dónde está la comunidad? No se le ve, solo se le menciona. Apelar a dificultades técnicas —no podemos contratar a más personas para que participen— sería muy burdo. La respuesta está en el énfasis individual. No conozco ni a Antolina Sánchez ni a Olinda Silvano. Y no me concentraré en ellas. Mi crítica no se dirige a ambas, sino a los spots porque son productos diseñados. Cuando evalúo sus citas no lo hago en tanto sus ideas, espontáneas o no, sino en tanto parte del guion que define la propuesta de cada clip.
¿A quién le habla Antolina en el video? A nadie. La toma que la muestra con un megáfono es precisa: ella está en primer plano y lo demás fuera de foco. No hay nadie, solo las casas que la rodean. El trabajo comunitario es presentado como un gesto inútil: no hay con quién dialogar, ni movilización posible. No hay reclamo, ni sueño, ni lucha compartida. ¿Qué dice con el megáfono? Nada realmente. Silencio. No la oímos porque el spot se centra en lo que se dice de ella, no en lo que ella dice conjuntamente con los demás porque no hay demás. Cuando habla usa convenientemente (para la campaña) el singular: “lucho por un país donde las mujeres tengamos las mismas oportunidades”. El acento está en el singular —a pesar de ser líder de su comunidad— y en las oportunidades para las mujeres. Francois Dubet ha explicado que el discurso de igualdad de oportunidades, visto solo y sin otras medidas, termina responsabilizando inevitablemente a quienes resultan excluidos por su propia exclusión. Como líneas más arriba, el foco en las oportunidades no cuestiona la configuración de nuestra sociedad, solo se fija en que exista la posibilidad de llegar a un lugar, sin reflexionar acerca de las desigualdades e injusticias sociales, ni proponer cambios.
¿Dónde están los miembros de Cantagallo? Solo representados en un mural. Son una abstracción. Olinda habla en singular. De nuevo. Y lo hace sobre su identidad. A pesar de que la identidad se construye en relación a la pertenencia a esa comunidad y cuya supervivencia —la vida a la que se alude— se asume como solo posible a través de la reproducción gráfica del arte. ¿Y sus necesidades materiales? Están borradas y la comunidad de Cantagallo exotizada: un mural, con eso basta.
¿Cuáles son las luchas colectivas? ¿Qué necesitan en Cantagallo, barrio incendiado hace años y olvidado casi de inmediato? ¿Qué en Flor de Amancaes? No lo sabemos. Aunque es razonable asumir que tanto Antonina como Olinda podrían decírnoslo. En los videos no hay espacio para ello. El activismo es presentado como ocurrencia sin circunstancia. Esta omisión es coherente con el énfasis de la campaña en lo individual: se niega la articulación colectiva y que esta sirva para cambiar la manera en la que está organizada la sociedad.
La mujer. Quiero hacer un apunte acerca de la presencia femenina en la campaña ¿Por qué está presente en los cuatro clips? Parece que porque se piensa que así se integra un enfoque de género y se da visibilidad. No obstante la campaña, especialmente en el spot más largo, reconoce violencia contra la mujer que no puede nombrar y renuncia a combatir. Esta reflexión la hago a partir de comentarios que vi, especialmente en Twitter, y que lo señalan con lucidez.
Hay todo un conjunto de elementos que admiten la violencia de género como sentido común: está naturalizada. Una mujer agredida por un esposo alcohólico. Una menor embarazada por un hombre ausente. Un trabajo siempre precario. En lugar de incorporar un enfoque de género a través de la figura femenina —el único elemento que parece proponer un cambio de roles es el de Pablo, esposo de Lucha, junto a Ulises, hijo de ambos, viendo juntos Aprendo en Casa—, lo que hacen es vaciarla de su fuerza política y volverla mera imagen.
Este vaciamiento, esa conversión a mera imagen desprovista de toda densidad, justamente es una de las cosas contra las que el feminismo —entiendo— se subleva: la objetivización de la mujer. Al ser representada así, la mujer deja de ser un sujeto con agencia, a pesar de ser presentada así dentro de cada spot, y se convierte solo una imagen usada: la mujer como instrumento para sostener el punto central, es decir, tú mismo —tú mismas, en este caso— eres. Y si no eres, allá tú.
El realismo de los videos no es un mérito. El estado ha fallado a sus ciudadanos, enfáticamente a las mujeres y a los niños. La precariedad es moneda común. Ser peruano y estar contento —en palabras de Antonio Cisneros— es, sin más, una contradicción. Sí a todo. Admitirlo es importante pero insuficiente. El realismo es menos parte de un diagnóstico que proponga cambiar, que una confesión sin propósito de enmienda.
Nota final:
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