Un espejo frente a un espejo
Bruno Gelber es un pianista titánico. Leila Guerriero es una escritora titánica. Opus Gelber, su último libro, es un libro que trata sobre un pianista — un perfil de largo aliento— pero también uno sobre la escritura.
El último viernes fui al lanzamiento de la nueva edición del Buensalvaje. Fue en la librería El Virrey. Durante la presentación ojeé la revista y encontré una reseña del libro hecha por Jaime Cabrera Junco cuyo contenido suscribo. Guardé la revista dentro de mi abrigo y me concentré en oír la presentación y en conversar con buenos amigos que también fueron. Contra todo pronóstico, mío principalmente, cuando acabó el evento me fui a casa. Los tres vinos que tomé y los reencuentros no lograron animarme a buscar las promesas de la noche. Bajo la garúa empecé a pensar en el libro de Guerriero: mientras me alejaba de las miles de cervezas que habré de tomar otro día, recordaba algunas impresiones que me dejó la lectura.
Cuando vi el libro, hace unos meses, lo compré de inmediato y lo leí con emoción. Al avanzar por la lectura me pregunté, igual que Cabrera, por qué hacer en cientos de páginas lo que antes ha hecho en decenas. La extensión no es gratuita y uno aprende a notar eso en Guerriero: su trabajo es siempre intencional. La extensión no solo le permite explicar más, sino mejor.
Pienso que en este libro Leila Guerriero reflexiona como no lo he notado en otro trabajo suyo sobre su oficio. Opus Gelber puede ser leído como un arte poético. Un perfil, ha dicho antes, es una mirada a una persona. No una biografía, sino un punto de vista que pueda explicar a la persona.
Este ambicioso perfil no solo cuenta a alguien. En el libro existen suficientes pistas para notar su reflexión sobre sí misma y cómo comprender su trabajo. Reflexionar sobre su trabajo, además, es una forma de reflexionar sobre Gelber.
En varias oportunidades, Leila Guerriero ha dicho el autor debe pasar desapercibido. No es un alegato a favor de la objetividad — ella afirma que tal cosa no existe y tiene razón — sino a la prudencia. O digo: a evitar ese yoísmo tan aburrido y pretensioso. En sus perfiles Guerriero lo practica: le da protagonismo a los dichos y a las acciones de los personajes para que vayan revelándose.
Bruno Gelber dice en más de un momento que el interprete debe ser un espejo. Esa frase, que no logra atribuirse con certeza a Da Vinci, es el momento decisivo para la reflexión de Guerriero.
El desafío es el reflejo.
Opus Gelber abre con dos agradecimientos y luego dos epígrafes. En uno de estos cita unas líneas de El Adversario de Emmanuel Carrère.
“Pensé que escribir esta historia solo podía ser un crimen o una plegaria”.
Me llamó la atención, porque ella no podría solo ceñirse a la frase y olvidar los otros ecos de la cita: el libro y el autor. El escritor francés suele participar en sus narraciones. En aquel libro en particular, aun cuando cuenta un crimen desgarrador, él se vuelve personaje de la narración. En El Adversario (y en otros libros de Carrère) cohabitan tres relatos:
A: la historia que se cuenta, es decir, el crimen;
B: la historia sobre cómo se cuenta A; y
C: la las reflexiones acerca de B.
Carrère no es el único que hace esto (pienso en Soldados de Salamina y en Hhhh, y también en La distancia que nos separa) pero lo hace estupendamente.
El epígrafe hace referencia a una forma de aproximarse a una historia. Guerriero sigue ese camino en Opus Gelber.
Leila Guerriero es una interprete: el perfil es una forma de periodismo interpretativo. Y ahora, en este libro, ella se ha propuesto interpretar a un interprete. A uno magistral.
¿Cómo conseguirlo? ¿Cómo volverse espejo para reflejar si al frente tenemos otro espejo? Esa parece ser una pregunta que acecha a Guerriero a lo largo del libro.
El momento más evidente de esta reflexión se encuentra en una cita a Edward Said citando a Richard Poier. Se centra en la interpretación. Esta cita dentro de la cita es también un juego de espejos. Interpretar es un ejercicio agonístico, en el que se enfrenta el interprete y el interpretado. Y en el que —citando a Guerriero citando a Said citando a Poier— existe un impulso potencialmente autodestructivo consustancial a la interpretación y que es necesario superar para lograrla. Guerriero incluso se detiene en esa frase. La repite luego de la cita: la hace suya.
Ya antes Leila Guerriero ha dejado clara su relación con la escritura. Este notable texto publicado en El País lo demuestra.
Esa lucha se refleja en la otra cita al inicio del libro:
“To understand the killer
I must become the killer
And I don’t need this violence anymore
But now i’ve tasted hatred i want more”
https://www.youtube.com/watch?v=AUPqwWG8Zes
La ambición por comprender e interpretar, por reflejar, lleva a una entrega absoluta. A renunciar a uno, ser cada vez menos uno, menos de uno, para ser más el otro, del otro.
La sumisión.
El sacrificio.
Gelber es un hombre entregado y monumentalmente metódico. Ha logrado interpretar algunas de las composiciones más desafiantes que existen al piano. Guerriero también es metódica y, por cómo ha contado su aproximación al trabajo, entregada. Empiezan los reflejos: las incontables horas al piano y las incontables horas al teclado. Ambas prácticas táctiles, como amasar el pan. Ambas constructivas. Ambas comunicativas. Y la repetición marcial como estandarte.
Para interpretar hay que dominar.
¿Qué refleja un espejo cuando tiene frente a sí a otro espejo?
Guerriero no sucumbe a un efecto droste. Supera esa trampa porque el perfil es tener una mirada. Ser uno. Ese es el quid.
Si el libro es una reflexión sobre su trabajo, es porque ella y Gelber hacen lo mismo. Contar a Gelber es contarse ella, o los reflejos que él le hace notar sobre sí misma y su condición de interprete. Es por eso que se admite, en perfecta coherencia con su ética, la reflexión sobre su trabajo. La opción inversa es válida: contarse a ella, pensar sobre su trabajo, le permite contarlo a él y su trabajo.
Un pasaje esencial en el libro es la clase de Gleber con Franco, su pupilo. No solo se trata de una muestra impecable de narración, la escena es una gran secuencia sobre cómo interpretar: el gran desafío de volverse el medio para el otro y nunca dejar de ser uno. Parece paradójico. Lo es.
La referencia a Emmanuel Carrère toma relevancia: al escribir como él, en tres dimensiones, la historia se enriquece. Cada una le da más luz a las demás. Reflexionar sobre cómo interpretar está al servicio de la historia principal: interpretar al intérprete.
Toda la técnica y todo el ímpetu de Guerriero no logran exhibir lo irreductible de Gelber. Así lo reconoce en más de una ocasión. Se lamenta con sobriedad. Lo que hace a través de extensos pasajes, de idas y vueltas, pero también con oraciones semejantes a una katana es sugerir.
Existe un aparente fracaso en no alcanzar aquella irreductible esencia de Gelber y sin embargo aquel es el triunfo de Guerriero: al final, todos poseemos un misterio inasible porque entre cada uno de nosotros y los demás existe un vacío. Ese vacío solo puede ser llenado por otro y he ahí la interpretación. Poner algo de nosotros para completar lo incompleto. La maestría consiste — este punto es central— en vaciarnos de todo lo vaciable hasta que lo que usamos para interpretar sea solo esencial. La reflexión de Guerriero sobre la escritura, aunque sutil, pone énfasis en este aspecto para entender a Gelber. Lograr, a pesar de ese resquicio, de esa grieta ínfima pero insondable, coexistir o comprender, ahí radica la belleza que menciona Poier y que encontramos en el libro de Leila Guerriero.
¿Cómo interpretar a un interprete?
Bruno Gelber es una obra: el título lo adelanta y todo el libro lo reafirma.
“Su arte consiste en ser el mejor vehículo de la obra de otros. Pero él es su mejor composición. Y nadie puede interpretarla”, escribe Guerriero.
Y a pesar de la sentencia, lo logra.
PS: Cree una lista con las canciones que interpreta Gelber según menciona Guerriero, conforme van apareciendo en el libro.
https://open.spotify.com/user/fernando_got/playlist/5udFBT7eKZYzJaCVLXLYsa?si=xe5WTb50RZOtp48z38WBGQ
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