Cómo describir — y sobrevivir — al Perú — y a uno mismo — con un puñado de poemas

Al principio nadie supo si se aplaudía o no. Había un respeto o una expectativa o acartonamiento propio del Teatro Municipal. ¿O un terror como frente a los poetas Yahoo que inventó Borges?
Al final aplaudimos al más breve silencio, como si tuviéramos que llenar el vacío que dejaba el poema: algo de terror, finalmente. Y algo de gratitud, también.
Llegué al teatro por invitación de Ximena, una querida amiga que trabaja en Telefónica y tenía unas entradas . No sabía bien qué esperar de Viaje al Perú en un Poema, la puesta en escena de Juan Carlos Fisher con un concepto — así se presenta: un concepto — de Fernando Berckemeyer, a quien no le pude preguntar bien qué quiere decir eso.
El título es preciso.
Y la obra — suma de obras — preciosa.
Distintos poemas, la mayoría de autores de la generación del 60, se recitaron durante poco más de una hora. Fueron textos sobre la humanidad. Algunos sobre la soledad. Hubo uno sobre una infancia en la playa y alegrías no aprendidas, otros sobre las revelaciones. Hubo unos que explicaban el miedo, otros la esperanza, además de textos sobre el desprecio y textos sobre el rechazo. También sobre las lecciones y la futilidad y la belleza del amor y el desamor.
Los poemas se dijeron y se bailaron y se sudaron. Se iluminaron de rojo o azul y se ensombrecieron, florecieron, se agitaron, se encogieron, atardecieron. Se cantaron también.
Llegué al teatro preguntándome cómo se cuenta un país en un poema o en un grupo de poemas — como me pregunto hace tiempo, antes, durante y después de los audios de hace 20 años y de hace 20 minutos: ¿qué es un país y qué nuestro país? — . Cómo se cuenta una vida, cómo una ocurrencia.
Salí preguntándome cómo se cuenta un país con poemas de hace 40 años y cómo con poemas de hace 20 o diez. ¿Qué pasa con los poemas de hoy?
Me lo sigo preguntando. Todo. Y sin embargo tengo más indicios de respuestas después de ayer.
Susana Baca apareció cada tanto entre una recitación y otra. Entraba a escena moviéndose con delicadeza y decisión. Y muy poco. Cantó como se movió. Jamás la había oído en vivo, pero muchísimo en casa. Todo lo inundó su voz. Esa voz: esa que se alzó, hasta donde yo estaba, como un tallo de gamuza filudo y de opaco brillo. Cantó poemas de Oquendo de Amat y de Romualdo y algún otro más que ahora olvido. Su canto me atravesó. En la oscuridad oculté mis temblores a Sara que estaba a mi lado.
Allá arriba, ignota sombra en un palco, me entregué dichoso a ese abrazo hecho de versos y notas, de infinita ternura y de cuchillos.
Nota final:
· Si te gustó lo que leíste: aplaude las veces que quiera (esto ayuda a que el texto llegue a otras personas).
· No pasa nada malo si lo compartes en tus redes.
· Escribo sobre cultura y comunicación desde distintas perspectivas: mis reflexiones pasan por el análisis, las memorias o el comentario. Si te interesan esos temas: sígueme.