No me obligues a votar

En la República Dadaísta y Anacrónica del Perú ocurren ciertas cosas que le dan ese bien ganado título. Entre los varios usos que lo soportan están los relacionados a los procesos electorales: el voto obligatorio, el embargo de encuestas en la última semana, la Ley Seca. Dedicaré unas líneas al primero de estos puntos.
Si votar no fuera obligatorio posiblemente votaríamos mejor. Dudo que más, pero sí mejor. Quizá la falta de obligatoriedad se vería como una restricción, algo semejante a una prohibición aunque no lo fuera y, de inmediato, se votaría: precisamente como ocurre con la Ley Seca, cuyo resultado es una bombaza de alto rendimiento (aunque quizá la forma más civilizada de enfrentar las traumáticas cédulas de votación sea con una resaca que medie entre la realidad y nosotros).
Me desvío. Pensémoslo por un momento: a uno no se le puede venir a estar prohibiendo cosas a estas alturas del desarrollo social y espacial de la especie. Ante la percepción de limitación se iría a votar. Y ahí empezaría lo interesante: ir a votar porque se quiere votar, no porque se quiere evitar una multa.
Ocioso sería desarrollar toda la idea de la libertad y de que uno debe ser libre de hacer o dejar de hacer, que no se le debe forzar. Eso es más o menos conocido. Y además de conocido, cierto. Me inclino por explorar ligeramente otros aspectos.
Al no ser forzoso el voto, aquellos que no quieran votar como forma de rechazo a las propuestas vistas, darán su opinión de manera más honesta: rascándose lo que sea que les pique en la comodidad de sus salas ese domingo como cualquier otro. El ausentismo es una forma de decir las cosas, igual que el voto blanco o viciado — especialmente el viciado si viene acompañado de mensajes en muchos casos marcados por la procacidad o graficando vergamentas de diversa factura; ese puede ser motivo de otro texto o, mejor, de estudio — . ¿No es todo el punto de la elección democrática representar un sentir o una postura específica en un momento dado? El rechazo, aún en su forma de indiferencia, es también una postura. En un país en el que el antivoto aglutina y decide eso debería estar bien claro.
Pensar que el voto debe ser obligatorio porque es obligatorio, es pensar de manera tautológica. La democracia como sistema debe revisarse para mantenerse vigente. Un sistema — especialmente uno frágil como el democrático, aún más en una sociedad sin instituciones– que no se piensa de manera crítica, que está mineralizado, tiende a ser tomado por arcaico y caer en el desuso. O peor, perder todo valor simbólico. Es decir, que nos importe un venerable rábano.
Subrayaré: los riesgos que se le pueden atribuir al voto voluntario existen ya con el voto obligatorio. Comprar votos, llevar a la gente a cambio de un plato de comida — con un táper con comida — , el desinterés en el acto electoral. Todo ello ya ocurre. Si tenemos eso claro veremos que las posibles desventajas del voto voluntario ya las posee su versión obligatoria, sin embargo no sucede lo mismo con sus méritos.
Al hacerse voluntario el voto se volvería un acto vigoroso y los votantes que quieran ejercer su derecho lo harán habiéndose informado. Tendrán posturas más sólidas, lo que no debe ser leído como más radicales. Este trabajo de indagación, contrarresto, cuestionamiento y evaluación fortalecerá lo que Marco Aurelio Denegri llamaba la dentrura, es decir, el fuero íntimo de las personas, su mundo interior, y les permitirá alejarse del tedio que tan afín es con el tradicional cielo limeño. Y supone, además, la mejor protección contra las paparruchadas, lo que la anglofilia nos invita a llamar fake news.
El voto voluntario debe ir acompañado de otras medidas, por ejemplo y como alguna vez escribió Alberto de Belaunde, con un voto anticipado, esto es, un mecanismo que permita que quienes quieran votar pero pueden tener dificultades para ello — viven en zonas alejadas o no haya infraestructura adecuada, entre otras cosas — puedan hacerlo antes. Los mecanismos que cortejen el voto voluntario las habrán de pensar los juristas y otros respetables señores que se dedican o deberían dedicar a eso. Yo no pienso usurpar trabajo ajeno ni decir hagan tal o cual, cosa tan desagradable y ajena a la virtud que practico, eso sí, sin mayor convicción.
*Escribí una versión de este texto para la revista Soho Perú el 2016 antes de las elecciones generales de la República. Unos días después me enteré que había sido elegido para ser presidente de mesa.
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