En contra de los tibios

Fernando González-Olaechea
6 min readNov 10, 2020

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Foto tomada del Instagram de Roni Heredia.

El gas lacrimógeno aún no se dispersa de las calles del Centro de Lima cuando escribo esto. No puedo salir, solo escribir letras negras sobre este fondo blanco. Y hablar en voz alta, a veces más cerca al grito y a veces al llanto. Estos dedos y esta voz son lo que usaré para este texto que es a una vez un alegato contra los tibios y una celebración de la esperanza.

Ayer 105 congresistas vacaron a Martín Vizcarra. ¿Podían hacerlo? Sí: a la mala. Porque creen que la democracia no es más que la aritmética de los votos. Los golpes ahora son más sutiles y es materia de discusión de especialistas. La acción, sí puede ser dicho sin opacidad, es ilegítima —un golpe parlamentario, si me preguntan. Y si no, también— No saben nada de la dignidad de los gatos, pero añoran, como ellos, siempre caer de pie. Entre las miles de cosas que ignoran está que para caer de pie debe haber tierra que los sostenga.

Esa tierra es nuestra: somos nosotros.

Con sus múltiples crisis, el 2020 ha subrayado el enorme daño que hacen los tibios. Son legión. Apóstoles del “así nomás”, se dicen y desdicen con ágiles movimientos. Los conocemos. Pensemos en qué ha pasado desde marzo en nuestros trabajos ante la crisis. Son los que dicen “mejor no, todavía”, no para hacer algo mejor, sino para mejor no hacer nada. Se trata de esos que prefieren no hacer su trabajo para conservar su trabajo —para conservar su sueldo—. Monarcas de la finta. Haz memoria. Son aquellos que hablan en voz alta cuando es seguro, cuando tienen garantías. Su vocación es el promedio: ni tan-tan ni muy-muy. Su aburridísima denfensa del centro es en realidad una defensa velada de quien tiene el poder. Dentro de todo tibio habita un súbdito. En suma, hablo de aquellos que bajo el disfraz de la mesura y la neutralidad ocultan su avaricia y su cobardía. Son nada de corazón y puro cálculo. Cuídate de ellos como te cuidas de las espinas de los pescados y de la plaga.

Es tan fácil —ciertamente es tan cómodo— apelar a la ignorancia y a la cautela.

Leer en estas líneas una defensa a Vizcarra implica necesariamente distracción. Recomiendo cuantas lecturas hagan falta para disipar tal sombra. Beber agua de manzana, una ducha fría, música serena: todo eso puede ayudar.

Pensemos en el Perú. ¿Quiénes son estos tibios? La poca elegancia de ponerse a sí mismo un apodo debió advertirnos el peligro. Forzay, candidato presidencial, no pudo decir nada claro luego de la vacancia —en su tercer y definitivo intento— a Vizcarra. Tampoco nada sobre los 105 congresistas que votaron a favor de esta. Ni de los cuatro que se abstuvieron. Usó su tiempo en TV para mostrar que lleva el escudo del Perú en una gorra y en una polera pero en ningún otro lugar. Influencer de la política sin ninguna influencia.

Forzay pidió calma. A los tibios los delata su tendencia desmesurada por la mesura. Son fundamentalistas del lugar común. Ante una crisis piden calma. Frente a una injusticia piden información. Delante de un incendio piden un abanico. Junto con él se ubica Jorge Muñoz, alcalde de Lima, hombre de mi entera simpatía y por lo tanto escribo esto sin ninguna satisfacción. Y sin embargo lo hago: es necesario. Cuando se cargan tus instituciones, que son débiles y precarias pero finalmente tuyas, pedir tranquilidad es como silbar en la tormenta: inútil.

La tibieza está también entre quienes aparentemente tomaron partido. Manuel Merino dio su discurso en el Parlamento con la banda presidencial y dijo: “ayer se produjo una vacancia”. ¿Cómo se produjo eso? En una votación en el Congreso, sí, en ese lugar en el que está hablando con evidente nerviosismo. No dijo “ayer 105 de nosotros vacamos al presidente”. En ese cambio se suprime su agencia y su responsabilidad. Las palabras importan. Se pasa de un proceso material en el que alguien hace algo (hay un agente y un paciente de la acción) a un existencial en el que las cosas sencilla e inevitablemente suceden. Se naturaliza la ocurrencia. Tres palabras de una expresión popular capta el espíritu de Merino y los suyos: “yo-no-sé”. Se pasa por ignorancia lo que es burda vileza.

¿Cuál es el problema de estos escuderos de la mediocridad? Que su tibieza hace daño. Ocurre en contextos materiales: en una crisis económica (pérdida de empleo, aumento de pobreza), en una crisis sanitaria (más de 34 mil muertos por Covid-19), en una crisis política (dos presidentes en cuatro años, tres procesos de vacancias, un Congreso cerrado, toda la clase política desprestigiada y el acecho de los radicalismos). En nuestro caso, todas estas crisis a la vez. Digo que hacen daño porque no se trata solo de ellos. En ese caso su poquedad nos debería tener sin cuidado. No es el caso: son un estorbo o una herramienta útil. Aunque no sean los creadores de una situación —esto no aplica para el señor Merino—, su inacción la fortalece. Son los aliados silenciosos de los traidores, los abusivos y los tramposos. Y son así porque solo quieren actuar con garantías. No hay tibio que no sea a la vez cobarde. No saben qué es la valentía, porque siempre esperan la seguridad de su buen aterrizaje para decir y para hacer.

Los años bíblicos de mi niñez me tientan a desearles fuego y azufre. Me contento con barrotes y el repudio popular.

Ante momentos de crisis necesitamos acción y firmeza. No solo acción, también reflexión —cualquier enfrentamiento entre ambos es un falso dilema—. La tibieza no sabe nada de lo uno ni de lo otro. La acción debe hacerse sin garantías. En momentos en los que se consuma una inequidad no podemos quedarnos cómodos ente los lugares comunes de la exhortación hueca a la calma y la paciencia. Eso no es ser responsable, es ser comodín. Tomar partido es indispensable: solo ahí se materializará la auténtica responsabilidad. Actuar sin garantía: he ahí el nervio central de la esperanza y ante hechos indignos, vulgares muestras de poder e impunidad, necesitamos esperanza. “Porque la injusticia no es eterna y es menester cambiar los reinos mal crecidos de este mundo. Y no se trata de cálculo o consigna. Es una necesidad viva como el pan”. Son palabras de Toño Cisneros. Se hace preciso volver a él en días como estos, tan agrios. A su lucidez, firmeza y también ternura.

No es tiempo para el optimismo, esa nueva plaga tan tóxica, que demanda que siempre estemos alegres, contentos, viendo el vaso medio lleno cuando a veces sencillamente no hay vaso. El optimismo nos demanda encontrar en cada desgracia una oportunidad y niega una verdad elemental: a veces una desgracia es solamente —aterradoramente— una desgracia. La esperanza nos empuja a actuar aún cuando no haya oportunidad, nos rebela ante la desgracia aunque no haya oportunidad y solo así podrá construirse una oportunidad. No se trata de ser optimistas, se trata de tener esperanza. El optimismo se concentra en un resultado —las cosas saldrán bien. O digo: estaré bien—. La esperanza es más radical y por eso indispensable: se concentra en la acción aún si no se logra el resultado. Porque entiende que es la acción —seré enfático, la acción acá es tomar partido, salir a la calle, denunciar los abusos, investigar a los fuleros— la que interesa y la que redime. Los millones de cristianos deberán comprender con cierta facilidad este punto.

Sepamos quiénes son los tibios. Habremos de recordarlos y colocarlos a la diestra de los viles y justo al frente de nuestro desprecio.

Es la esperanza eso que más intentarán quitarnos para arrastrarnos a su nivel. Es esa también nuestra lucha: impedir que nos quiten la esperanza. En medio de tanta miseria y muerte, tener esperanza es un acto de rebeldía. Un acto que abre otros actos. “Aunque la justicia no se imponga al final, una vida dedicada a su búsqueda sigue siendo digna de encomio. No triunfar no significa haber fracasado”, dice Terry Eagleton. Una cita ilegible para los tibios. Espantosa para los viles. Hermosa para los demás.

Que junto a la rabia y la indignación también habite la esperanza.

Nota final:

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  • Escribo sobre cultura y comunicación desde distintas perspectivas: mis reflexiones pasan por el análisis, las memorias o el comentario. Si te interesan esos temas: sígueme.

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Fernando González-Olaechea
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Written by Fernando González-Olaechea

Periodista | Design Researcher | Reflexiones sobre cultura y comunicación. Mi mejor inversión: un libro usado de Borges a US$ 0.50. Me gusta mentir en las bios.

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