A mí no: a más de la mitad del mundo sí.

Fernando González-Olaechea
4 min readApr 27, 2018

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No me han violado, comenzaré por ahí. Ni mi viejo, ni mi pareja, ni un tipo que se le ocurrió porque era su pasajero en el taxi o mototaxi o micro y en este carro el amor se paga con amor, suba sola. Tampoco se han masturbado frente a mí en un espacio público ni me han perseguido por la calle diciéndome qué rico me cacharían o que soy un puto de mierda y debería morir.

Soy un tipo de metro ochenta, barbón, ruidoso: no suelo sentirme intimidado. No me siento presa, intranquilo, porque alguien camine a mi lado o muy cerca. Si el barrio en el que estoy es picante y la calle es oscura o solitaria y veo a un pata o un grupo a unos metros a lo mucho pensaré que me pueden robar: no violar en grupo o matar o ambas cosas en cualquier orden.

Tampoco pienso que al andar me denigren por puro placer, por pura carcajada. Me visto como me da la gana y nadie me insulta ni me amenaza. Me porto con mi cuerpo como quiero y como quiero construyo mis afectos: es decir, decido a quien beso, abrazo, hablo. Y a quién no le hablo. Y no hay mayor posibilidad de que me tiren ácido en la cara. Ni mayor ni menor: no hay posibilidad.

No me amenazan.

No me siento amenazado.

No: tampoco me queman.

Cuando alguien me dice algo sobre mi cuerpo y el uso que le doy — a mi cuerpo, lo más mío que tengo: lo único mío, mi única soberanía — no le hago caso o me paso por las alas lo que me digan dejándolo claro con variable intensidad y amabilidad. Y por eso no me cae la avalancha del prejuicio acumulado por decenas de generaciones. Ni un puñete en la cara.

No me pegan e intimidan. No me extorsionan. Ni los policías ni los fiscales se burlan de mí ni me disminuyen al relativizar mi denuncia si me quejo, porque ni siquiera tengo de qué quejarme, qué denunciar.

No siento que nadie justifique a mis atacantes.

No tengo atacantes que se puedan justificar.

Nadie me llama nazi. Nadie tiene la concha y miseria de atreverse a llamarme nazi.

Eso que debería ser un estado usual de las cosas no lo es. No lo es ni para mi vieja, ni para Sara, ni para mis hermanas, ni para mis amigas, ni para muchos amigos gay, dicho sea de paso. Ni para las tuyas ni los tuyos. No lo es. Tener que explicar por qué no está bien quemar a alguien, amenazar a alguien, denigrar a alguien es jodido.

Es doloroso.

Y también es indispensable.

El texto de arriba lo publiqué ayer en Facebook. Lo escribí sin todavía conocer la sentencia aberrante en España contra un grupo de violadores y tras pensar dos días sobre Eyvi Ágreda a quien le prendieron fuego en un ómnibus. El post tuvo una enorme cantidad de interacciones. Miles de compartidos. Un viral en toda regla.

Trabajé ocho años en un periódico bastante grande. Nunca como ayer me había sentido tan leído.

Algunas cosas me llamaron la atención pero no me sorprendieron. Por un lado aquellos que sostienen que hay que luchar contra toda violencia, que por qué no escribo sobre otra causa o lucha o tema; que hay casos aislados, es decir, los que diluyen el problema de la violencia contra la mujer. A ellos solo les puedo decir cómplices. Por otro lado las personas me escribieron por mensaje para tratarme de tarado, y francamente no sé cómo darles más la razón: yo soy el primero que lo piensa.

Y luego están los troles: los que pusieron una reacción de “me divierte” solo para alterar a alguien. La mayoría fueron hombres. Destaca lo poco ingeniosos y lo poco rebeldes que son. Hace falta talento para ser un buen provocador.

Otra cosa fue la que me abrumó. Son los cientos de comentarios, la mayoría de gratitud. No supe ni sé cómo responder. ¿Qué decirle a esas personas que no me conocen, que son mujeres y legión, y que me agradecen haber escrito un puñado de líneas honestas? Que un post se vuelva tan significativo para tantas personas no habla bien de mi ingenio, ni mi oficio, ni mi sensibilidad, habla de lo inmensa de la soledad y de la sensación de desamparo.

Lo único que puedo es devolver el gesto: agradezco la gratitud. Y sin embargo, ahora mientras escribo esto creo comprenderlo, no hay nada más que añadir: aquel agradecimiento no es algo que deba interrumpir con una respuesta. Porque no se trata de mí.

Nota final:

· Si te gustó lo que leíste: aplaude las veces que quiera (esto ayuda a que el texto llegue a otras personas).

· No pasa nada malo si lo compartes en tus redes.

· Escribo sobre cultura y comunicación desde distintas perspectivas: mis reflexiones pasan por el análisis, las memorias o el comentario. Si te interesan esos temas: sígueme.

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Fernando González-Olaechea
Fernando González-Olaechea

Written by Fernando González-Olaechea

Periodista | Design Researcher | Reflexiones sobre cultura y comunicación. Mi mejor inversión: un libro usado de Borges a US$ 0.50. Me gusta mentir en las bios.

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